13 noviembre 2017

En realidad no quiero nada, de veras que no me hace falta nada material. Hoy vuelvo a darme cuenta de cómo pueden afectarme las reacciones ajenas llevándome de la alegría a la tristeza. Desde hace mucho tiempo sé lo importante que es para mi que los demás aprueben mi comportamiento o mis reacciones: "ser correcta o portarme bien"... Pendejadas que uno aprende desde que es pequeño y que es tan complicado desaprender. Y es que desaprender emociones ¿cómo se hace?
Con la terapia cognitivo conductual ahí la llevo pero falta ejercitar un poco eso de que no me afecte, que me caiga el veinte en el momento que el enfado o la desaprobación está en la otra persona y sus sentimientos no ocurren por mi "culpa". Las desventajas de ser tan sensible o tan débil emocional o tan imbécil emocional (por tratar de adivinar el antónimo de inteligente emocional) son muchas o quizás una sola: sentirte mierda por algo que otra persona dice de ti u opina de tus acciones. Entonces, bueno (o más bien malo), viene el nudo en la garganta que me deja medio muda, que ocurre también por sentirme entre frustrada, impotente, enojada, triste, desganada y basura. Pero al final termina por pasar, como todo, y vuelve la tranquilidad a mi, recupero mi alegría interna, mi paz y mi autoestima.